jueves, 13 de diciembre de 2018

Los elegidos

Los días que le siguieron al incidente fueron de muchos cambios para Assena. Se levantaba muy temprano para entrenar con sus maestros Mu y Aioros, después iba a visitar a Aioria y a curar sus heridas; por las tardes se alejaba del santuario a entrenar aspectos como velocidad o resistencia y se iba a dormir temprano muy cansada, no sin antes visitar nuevamente al cachorro. 

Una tarde, mientras se encontraba frustrada por no lograr una mejora en su velocidad, se encontró con Saga, quien a pesar de toda la alteración generada por la aprendiz de Aries en su entrenamiento se encontraba meditando en completa serenidad. Assena se cuestionó el porque de su presencia ahí, habiendo muchos mejores lugares para meditar. La niña trató de enfocarse, pero la frustración y la pena se lo impidieron, así que se acostó en el piso para contemplar las nubes de un hermoso cielo azul de verano.

Extrañaba inmensamente a Aioria. Aún no se perdonaba el verlo herido por "su culpa", sentimiento que la alimentaba para buscar ser más fuerte y que únicamente lograba frustrarla al no ver los resultados deseados.

-Frustración... Miedo... Ira... Esos son tu problema - Assena se sentó súbitamente al escuchar hablar a Saga a apenas unos metros de ella - Eres una candidata a ser Caballero de Oro, tu cosmos es inmensamente poderoso, pero está mal canalizado por esos sentimientos. Podría decirse que están obstruyendo tu poder. Es mandatorio que olvides lo que pasó y sigas adelante.

-Trato de seguir adelante y es por eso que quiero hacerme más fuerte.

-Tratas de hacerlo, pero continúas atada a lo que pasó. El miedo bloquea el cosmos y al menor error que cometas te hará sentir más frustrada, por lo cual no considero que esté mal que contemples el cielo - concluyó Saga, mientras sonreía de esa manera que Assena recordaba desde el día uno en el Santuario. Saga era dos años mayor que ella, pero poseía una madurez y un corazón tan bondadoso que no parecía el de un humano. Todas estas características hacían que su compañera Saint se sintiera intimidada por el.

-Entiéndeme, Saga. No quiero que esto le ocurra a nadie más por mi culpa.

-Ahí esta el problema - la interrumpió el geminiano - lo que ocurrió no es tu culpa. Es culpa de la maldad en el mundo. Así como hay gente bondadosa que es capaz de lanzarse a la arena a curar a un herido de gravedad aún sin conocerlo, hay gente malvada que es capaz de quitar la vida de una persona solo por diversión -Assena trató de ocultarlo, pero se sonrojó - tu tienes el alma de un Caballero de Oro.

-¿Como puedes saber eso? - le preguntó la niña visiblemente apenada.

-No lo sé - respondió Saga en un tono amistoso - Solo sé que puedo sentirlo - Assena cambió el tema pues los halagos (sobre todo, que provenían de Saga) la hacían sentir incómoda.

-¿Donde está tu hermano Kanon? - Saga miró al horizonte del océano que estaba frente a ellos.

-No lo sé - respondió lacónicamente - solo sé que el ya no está interesado en seguir el camino para convertirse en un Saint.

-¿Crees que haya vuelto a casa? - se escuchó una leve carcajada.

-No lo creo posible, ya que no tenemos un lugar adonde ir fuera del Santuario.

-¿Nacieron en el Santuario? - antes de responder, el gemelo de cabello azul se acostó en la grama y colocó sus manos detrás de su cabeza mientras empezaba a contemplar el cielo.

-Verás, ambos nacimos aquí. Esta es la única vida que conocemos, al igual que tu amigo Aioria. Desde nuestro nacimiento, el Patriarca pudo ver el cosmos que poseemos Kanon y yo. Uno de nosotros será el guardián de la casa de Géminis.

-...Y si Kanon ya no quiere seguir en el santuario...

-... Tu y yo nos convertiríamos en compañeros de armas si logras controlar las emociones que te dominan y perfeccionas tus técnicas.

Hubo un silencio profundo, gracias al cual se pudo escuchar la tranquilidad del océano hasta que Saga continuó con la conversación.

- Aioria es muy afortunado de tener alguien que cure sus heridas diariamente. Hasta hace un par de semanas nadie había curado mis heridas de batalla - Assena volvió a ver al piso luego de ver que Saga señalaba su brazo vendado  - ¿Donde lo aprendiste?

- De mi pueblo natal - respondió ella con orgullo - la familia de mi madre es experta en la medicina tradicional de nuestra región.

-Conozco a Mu desde que tengo uso de razón, pero caigo en cuenta de que no sé mucho de el. ¿De donde son? - la niña se sentó a su lado y contempló el mar.

-Del Tibet. Nuestra aldea está entre las montañas. Técnicamente nuestras casas son rocas talladas. Nos especializamos en medicina milenaria que ha pasado de generación en generación de mi familia materna.

-Es decir que tienes padres, tienes familia - Assena asintió - Debe ser muy duro estar acá, lejos de ellos. Eso es algo que no he experimentado nunca, jamás he tenido nada fuera del Santuario.

-Ha sido difícil - concedió la niña - sobre todo los últimos días con ellos. Pude sentir como su tristeza opacaba la alegría y el orgullo de ser padres de un Saint al servicio de Atena. Para nuestra gente, ese es un gran honor.

- Un gran honor que tiene un gran costo - puntualizó Saga.

- No los veo desde el día de mi séptimo cumpleaños - Assena sintió las lágrimas subir a sus ojos, pero no las dejó fluir.

-Eres más fuerte de lo que pensé, Assena. Tu has sido elegida. Somos elegidos. A pesar de la ira, el miedo y la frustración puedo sentir que dentro de ti hay un espíritu bondadoso. La manera en la que te preocupas por los demás, el poder que yace en tu cosmos. Tu al igual que yo ya tenemos todo para servir a la diosa. Ella lo sabe, por eso nos escogió. No permitas que lo que te preocupa te haga perder el camino, como le ocurrió a Kanon.

La aprendiz de Mu asintió y le regaló una tímida sonrisa a Saga. El la contempló por un corto instante, que fue imperceptible para Assena. Era una niña tan especial, no solo por su poder... Saga jamás había conocido a alguien así, y nunca había experimentado los sentimientos que se le habían presentado desde el día en que cruzó su mirada con la niña a quién en secreto había jurado cuidar, aún a costa de su propia vida.
  

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