El tiempo pasó y la pequeña Assena creció en estatura y en conocimientos. Gran parte de su familia materna está compuesta de curadores y expertos en medicina de la región y su madre la instruyó en esas ciencias. Aprendió a comprender su cosmos de manera casi autónoma, además de ayudar a su padre con las tareas del campo. La niña era muy querida en su pueblo por su manera de ser con los demás y su personalidad, que era muy parecida a la de su abuelo y a la de su futuro maestro. A pesar de todas sus obligaciones, sus padres se encargaban de que pasara una niñez lo más normal posible, por lo que no era extraño verla jugar con los demás niños.
La noche anterior a su séptimo cumpleaños, Assena durmió junto a sus padres. Era la última noche que estaría con ellos antes de partir al Santuario de Grecia y su mamá no paraba de acariciar la rebelde cabellera de la pequeña. Siete años habían pasado desde aquella mañana en la que la criatura se adelantó y quiso venir a este mundo. Siete años en que habían aprovechado el tiempo al máximo para hacer de ella una buena persona, tan amable y amada por todos que el pueblo entero había entristecido por su partida.
Era una sensación agridulce... Era un verdadero honor y orgullo tener un hijo que fuera digno de ser llamado a servir a Atena, pero la tristeza opacaba a aquel sentimiento al saber que una separación era obligatoria para cumplir tal propósito. La niña durmió tranquilamente toda la noche.
Había una pequeña maleta en la sala, donde unas pocas prendas de la niña habían sido guardadas para acompañarla en el viaje que se le presentaba el día siguiente y que marcaría el resto de su vida.
Al amanecer, los padres llenaron de besos a Assena, deseándole un feliz cumpleaños. El padre se arrodilló ante ella para abrazarla y entregarle un obsequio.
-Assena, mi primogénita. Ver tus ojos es la alegría de mi vida... Te tengo un presente, que espero te guste- El feliz padre puso ante ella un pequeño paquete envuelto en un papel nada especial. Las pequeñas manos de la cumpleañera se apresuraron a tomarlo y abrirlo, y sus preciosos ojos verdes se abrieron de par en par al ver a la preciosa muñeca que contenía. La niña la tomó en una mano y con la otra se lanzó a abrazar a su padre.
-¡Gracias, papá! ¡Es lo que había querído desde hace mucho tiempo! - La alegría de los padres era tal al ver la reacción de su niña ante un obsequio tan simple. Era la primera vez que tenía algo así, pensaron que era un regalo ideal para despedirla...
Tomaron el desayuno y el almuerzo con alegría, como ignorando el hecho de su partida. La niña jugó con su madre y la muñeca mientras su padre las observaba a lo lejos. A media tarde, el santo de Oro de la primera casa del Santuario Ateniense llegó a aquel hogar donde fue bienvenido. Assena dejó de lado sus juegos infantiles al sentirse sorprendida por la presencia de aquel joven.
-Assena - la llamó su padre, extendiéndole la mano. La niña se acercó con cautela y curiosidad - el es el Mu, tu Maestro - El interpelado sonrió, gesto que unido a su serenidad hizo que la niña dejara la timidez de lado y se acercara a el.
-Hola, Maestro Mu. Soy Assena - el caballero dorado sintió como el cosmos de la pequeña había crecido con el paso del tiempo y la noble personalidad que había desarrollado. Le sonrió y pasó su mano en la cabeza de su aprendiz.
-Hola, Assena. ¡Como has crecido! - la pequeña vio directo a los ojos al joven y luego respondió sorprendida.
- Tu estuviste aquí el día en que nací.
-Si, porque eres alguien importante para el santuario - los padres no comprendían como la pequeña sabía eso, pero el santo ariano se apresuró a responder las dudas no cuestionadas -sus poderes telequinéticos son formidables.
-¿Telequinesis? - preguntó su madre.
-Si. Ella ha desarrollado su habilidad de manera formidable. En verdad es talentosa. Vas a ser alguien grande, Assena.
Los padres miraron a su hija con sorpresa, sabían que había sido elegida, pero no tenían idea del enorme poder que había en su interior. Al caer la tarde, se tuvieron que despedir de su amada hija.
-Assena - le habló su papá - eres nuestro tesoro más grande. Nunca olvides quién eres ni de donde provienes, siéntete orgullosa de ser una lemuriana y ten mucho valor al momento de cumplir tus deberes con Atena.
-Te amamos, mi niña. Nunca lo vayas a olvidar - La madre le apartó los mechones de cabello antes de besar su frente y abrazarla.
-Yo también los amo. No estén tristes, yo estaré cerca de ustedes siempre - los papás orgullosos sonrieron.
-Haz caso a todo lo que tu maestro te diga y sé una digna servidora de Atena.
Dicho esto, Assena sonrió y caminó hacia su maestro, quién le tomó la mano y sus pocas pertenencias y caminaron hacia las afueras del pueblo. Llegado a este punto, el joven la tomó en sus brazos.
- Esta es la primera lección que voy a mostrarte, Assena.
-¿Vamos a aparecernos en el Santuario?- Mu había dejado su pensamiento expuesto a los poderes de la niña para mesurar el alcance de su poder telequinético, el cual era formidable para alguien de su edad.
-Es algo por el estilo- respondió sonriente el joven, vamos a teletransportarnos - entonces, el se comunicó de nuevo sin palabras, pidiéndole que cerrara los ojos, a lo que la niña obedeció. Cuando abrió sus ojos, estaba ante la panorámica del Gran Santuario de Atenas. Nunca imaginó que el hombre fuera capaz de construir algo semejante. El paisaje se matizaba con el crepúsculo y una suave brisa hizo que la rebelde cabellera se le alborotara más. El maestro la dejó contemplar aquella vista, pues pudo sentir el asombro en ella.
-Assena - le interrumpió minutos después - debemos llegar a la casa de aries antes de que sea más tarde - la niña asintió y caminó hacia el, quien le tomó la mano y emprendió el camino a su casa.
El camino era largo, y faltando un tercio del trayecto para llegar a su destino, Assena no pudo más, se detuvo y cayó sentada en el piso. A pesar de no poder terminar el recorrido, la niña demostró una gran resistencia.
-¿Por que no nos teletransportamos de nuevo, maestro? - el se agachó para darle de beber al tiempo que le respondió.
-Es la primera regla que aprendemos a llegar al Santuario. Esta prohibido para todos los caballeros sin excepción de su rango - la niña torció el gesto y muy resignada se puso en pie. Dio un par de pasos y no pudo más.
El maestro tomó entre sus brazos a la pequeña, quién le agradeció con una sonrisa. Siguieron su camino, pero cuando llegaron a su destino, Assena estaba completamente dormida. Mu no quiso despertarla y la acostó en su nueva (y modesta) cama. Le quitó el calzado y dejó sus pertenencias al lado de la cama.
El caminó a las puertas del primer templo y meditó en los sucesos de ese día.
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